(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 20/06/2014) - En la última Feria del Libro, el célebre escritor español Arturo Pérez-Reverte visitó Buenos Aires y contó una anécdota: Cuanto era joven y hacía sus primeros pasos para convertirse en reportero, con los sueños lógicos por vivir aventuras en el mundo, consiguió trabajo en un pequeño periódico de Murcia. El redactor, un hombre mayor, con experiencia y sabiduría, le ordenó entrevistar nada menos que al alcalde de Cartagena. El novato periodista tuvo que admitir que le daba miedo. “Tengo 16 años”, le explicó apesadumbrado. Se hizo un silencio que al jovencito le parecieron horas, enseguida el veterano hombre de los medios le espetó: “Chaval, cuando lleves un bloc y un bolígrafo el que debe tener miedo es el alcalde”.
El muchacho había aprendido una lección que le llevó a recorrer un largo camino en las letras y el periodismo. En Buenos Aires también afirmó que: “Cuando la política se envilece no tiene miedo a otra cosa que a la prensa libre”.
Es común ver gobiernos que equivocan el concepto de la política y amparados en la vieja idea de que el fin justifica los medios, imponen acciones contrarias al sentir comunitario. Entonces suponen que el problema está en el que transmite el mensaje y no en el mensaje mismo.
Nos ha tocado, por ejemplo, escuchar en Madariaga al propio Intendente emitir severos juicios a un programa de radio en la propia trasmisión del programa, en este caso el de Guillermo Pereyra, por expresar versiones contrarias a la percepción que tiene el gobierno sobre sí mismo. Lo que resulta curioso en este caso, que funciona a modo de ejemplo pero podría extenderse a otros medios periodísticos y a las redes sociales, es la enorme desproporción de fuerzas entre un Jefe Comunal y una persona común que cumple el rol de comunicador y que solo expone un pensamiento.
Lo mismo sucedió con la Presidenta cuando enfrentó a un actor. Todo el poder de la nación contra un hombre. Todo el poder de un pueblo contra un periodista. Esa inusual asimetría es, cuando menos, intimidante y podría ser interpretada como un intento de ejemplo para los menos valientes. Y así el silencio se convierte en un aliado del poder que toma un camino equivocado.
Sin embargo, al menos en el caso del periodista, deberían tener en cuenta aquella anécdota porque mientras lleven el bloc y el bolígrafo y los porten como estandarte del único enemigo que tiene la política envilecida, que es una prensa independiente y sin temor, se crea una muralla que frena el daño que pueden hacer. Basta echar un vistazo a los programas radiales más escuchados para comprenderlo, porque finalmente lo único que logran es incrementarles la audiencia.
Les cuesta, a políticos de esta estirpe, entender que la dinámica de la prensa no tiene que ver con maniobras de desestabilización sino, tal vez, en todo caso, con el permanente sueño de lograr la noticia del día o encontrarse con un resultado investigativo del que se hable por mucho tiempo. Simplemente. Porque la prensa es eso. Una vocación que en una ciudad pequeña a veces se lleva a cabo sin profesionalización, pero con un amor profundo por contarles a todos algo que por un momento es del conocimiento de pocos.
Pero así como la prensa es enemiga de un mal gobierno, es aliada primordial de los que gestionan correctamente y en lugar de ocultar los problemas los solucionan. Es el vínculo más fuerte entre el gobierno y los vecinos.
O como decía Pérez-Reverte: “Prensa y libertad unidas son fundamentales, porque ahí se juegan la democracia, el derecho y la razón. El periodista debe seguir provocándole miedo a la política. Debe seguir contando y enjuiciando”. Al menos hasta que se corrija el camino.
El ataque sistemático, el hostigamiento militante, la manera divisoria de manifestarse, o el intento de silenciar las voces que denuncian, solo producen resentimiento y odio. Y ya lo decía Montesquieu: “Cuando se busca tanto el modo de hacerse temer se encuentra primero el de hacerse odiar”.
Pero también es lo contrario. Cuando se busca el modo de congeniar, se encuentran simpatías y aprecio. Algo que es fundamental en la construcción de los nuevos caminos políticos. Es el subyacente pedido que se intuye en el humor social: el cambio hacia una mayor seriedad institucional manifestada en un fuerte vínculo con el vecino, cuya consecuencia será una democracia consolidada.
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