(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 27/06/2014) - Cuando la multitud aclamó a los pequeños del
coro de la Fundación Hospital de Niños de la ciudad de La Plata en el Coliseo
Podestá, aplaudían mucho más que arte. Detrás de aquella ovación estaba el
proyecto de una profesora que decidió en principio la conformación
intercolegial pero también salir de los salones para extender la experiencia y
así articular con distintos sectores culturales para que el grupo se convierta
en un puente hacia ellos.
María Carolina Esperón, la docente iniciadora del proyecto, lleva 20 años
con un importante historial de experiencias educativas exitosas, pero además
tiene otra particularidad: es de General Madariaga.
“Haciendo música en mi escuela”, como se denomina el proyecto, está
integrado por más de un centenar de chicos desde los 9 años de edad y de
distintos establecimientos educativos platenses. Les va tan bien que exalumnos,
docentes y vecinos, se acercan a los ensayos y hasta un abuelo de 91 años, que
es el padrino de la banda. No cuesta imaginarnos esas prácticas tan llenas de
la energía que irradia ese espíritu musical, posiblemente una traducción del
alma de esa especial docente madariaguense.
Para quienes la conocemos, no hay manera de recordar la cara de Carolina
Esperón sin una sonrisa. Tal vez esa es la explicación de un resultado tan
positivo que mereció titulares en los dos diarios más importantes de la ciudad
de La Plata la semana pasada. Un logro que bien analizado trasciende la
sencilla belleza de un coro.
Carolina decidió formar el conjunto el año pasado, cuando reunió todos
los cursos en los que daba clases y les presentó una serie de instrumentos como
flautas dulces, melódicas, teclados, guitarras y elementos de percusión. Los
alumnos eligieron los que querían tocar y así comenzaron a ensayar temas
fáciles. “Estoy convencida que se aprende música haciendo música”, explica
Carolina y asegura que “cuando hay un aprendizaje inmediato enseguida surge el
interés por seguir aprendiendo”, y se empeña porque la práctica no quede a
merced de la teoría, que sea al revés, que el placer tenga como consecuencia el
aprendizaje teórico.
Para ella, al hacerlo de esta manera
“no sólo se aprende música, sino el trabajo en grupo, la cooperación, la
solidaridad, el esperar un turno: la vida en sociedad”.
Al analizar los resultados de este tipo de experiencias pedagógicas es
más fácil dimensionar el potencial de los establecimientos educativos que
mediante la enseñanza artística transforman las sociedades donde se encuentran,
como el caso aquí en Madariaga de la Escuela de Arte, cuyo impacto en la vida
cultural ha sido tan rotundo que solo basta realizar una depurada mirada en
comparación retrospectiva para mensurarlo claramente. Por ello resulta
inaceptable que hoy se vea limitado su crecimiento por falta de espacio físico
y que sus autoridades deban hacer casi un ejercicio de prestidigitación para
evitar el cierre de carreras.
Hoy la Escuela de Arte es la única en la región, alberga más de 700
alumnos y ofrece oportunidades laborales a más de 70 personas entre docentes y trabajadores
del establecimiento. Analizado, incluso, desde los fríos números económicos
constituye una importante industria, sin embargo su verdadera riqueza es que da
la posibilidad de estudiar y quedarse en Madariaga a profesionales que de otro
modo, como antes, solo encontraban oferta educativa y laboral en la distancia. Entonces,
desde el jardín o desde la escuela, al contarse con tal riqueza de profesores,
la estética de la ciudad se ve inmersa en esta transformación que hoy es tan
evidente a la vez que inspiradora.
La agenda política actual debería tomar como prioritaria la construcción
de una sede propia para la Escuela de Arte, que tenga en cuenta su crecimiento
y que posea espacios adecuados para cada disciplina. Si no puede ser vista
desde lo artístico, tal vez su valoración económica como industria ayude.
El arte es la mejor exposición del espíritu de un pueblo, que cuando
crece culturalmente se enriquece también su valor como conjunto. Es el ejemplo
que nos deja la profesora madariaguense que con sus alumnos traslada el impacto
de un programa educativo a la sociedad completa. Al verla, nos queda claro que
cuando la educación atraviesa los límites del aula mejora la mirada sobre
nosotros mismos. Es lo que nunca debemos perder, lo que cada gobierno debe
proteger, la cualidad que debe sostener el sistema educativo, lo que sutilmente
explica el sentimiento al oír ese coro platense, aquel aplauso interminable, la
emoción de los pequeños y, en definitiva, la alegría de ser y de poder hacer,
como dice la sonrisa de Carolina.
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