sábado, noviembre 01, 2014

Sostener la educación transformadora

(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 27/06/2014) -  Cuando la multitud aclamó a los pequeños del coro de la Fundación Hospital de Niños de la ciudad de La Plata en el Coliseo Podestá, aplaudían mucho más que arte. Detrás de aquella ovación estaba el proyecto de una profesora que decidió en principio la conformación intercolegial pero también salir de los salones para extender la experiencia y así articular con distintos sectores culturales para que el grupo se convierta en un puente hacia ellos.
María Carolina Esperón, la docente iniciadora del proyecto, lleva 20 años con un importante historial de experiencias educativas exitosas, pero además tiene otra particularidad: es de General Madariaga.
“Haciendo música en mi escuela”, como se denomina el proyecto, está integrado por más de un centenar de chicos desde los 9 años de edad y de distintos establecimientos educativos platenses. Les va tan bien que exalumnos, docentes y vecinos, se acercan a los ensayos y hasta un abuelo de 91 años, que es el padrino de la banda. No cuesta imaginarnos esas prácticas tan llenas de la energía que irradia ese espíritu musical, posiblemente una traducción del alma de esa especial docente madariaguense.
Para quienes la conocemos, no hay manera de recordar la cara de Carolina Esperón sin una sonrisa. Tal vez esa es la explicación de un resultado tan positivo que mereció titulares en los dos diarios más importantes de la ciudad de La Plata la semana pasada. Un logro que bien analizado trasciende la sencilla belleza de un coro.
Carolina decidió formar el conjunto el año pasado, cuando reunió todos los cursos en los que daba clases y les presentó una serie de instrumentos como flautas dulces, melódicas, teclados, guitarras y elementos de percusión. Los alumnos eligieron los que querían tocar y así comenzaron a ensayar temas fáciles. “Estoy convencida que se aprende música haciendo música”, explica Carolina y asegura que “cuando hay un aprendizaje inmediato enseguida surge el interés por seguir aprendiendo”, y se empeña porque la práctica no quede a merced de la teoría, que sea al revés, que el placer tenga como consecuencia el aprendizaje teórico.
Para ella, al hacerlo de esta manera  “no sólo se aprende música, sino el trabajo en grupo, la cooperación, la solidaridad, el esperar un turno: la vida en sociedad”.
Al analizar los resultados de este tipo de experiencias pedagógicas es más fácil dimensionar el potencial de los establecimientos educativos que mediante la enseñanza artística transforman las sociedades donde se encuentran, como el caso aquí en Madariaga de la Escuela de Arte, cuyo impacto en la vida cultural ha sido tan rotundo que solo basta realizar una depurada mirada en comparación retrospectiva para mensurarlo claramente. Por ello resulta inaceptable que hoy se vea limitado su crecimiento por falta de espacio físico y que sus autoridades deban hacer casi un ejercicio de prestidigitación para evitar el cierre de carreras.
Hoy la Escuela de Arte es la única en la región, alberga más de 700 alumnos y ofrece oportunidades laborales a más de 70 personas entre docentes y trabajadores del establecimiento. Analizado, incluso, desde los fríos números económicos constituye una importante industria, sin embargo su verdadera riqueza es que da la posibilidad de estudiar y quedarse en Madariaga a profesionales que de otro modo, como antes, solo encontraban oferta educativa y laboral en la distancia. Entonces, desde el jardín o desde la escuela, al contarse con tal riqueza de profesores, la estética de la ciudad se ve inmersa en esta transformación que hoy es tan evidente a la vez que inspiradora.
La agenda política actual debería tomar como prioritaria la construcción de una sede propia para la Escuela de Arte, que tenga en cuenta su crecimiento y que posea espacios adecuados para cada disciplina. Si no puede ser vista desde lo artístico, tal vez su valoración económica como industria ayude.
El arte es la mejor exposición del espíritu de un pueblo, que cuando crece culturalmente se enriquece también su valor como conjunto. Es el ejemplo que nos deja la profesora madariaguense que con sus alumnos traslada el impacto de un programa educativo a la sociedad completa. Al verla, nos queda claro que cuando la educación atraviesa los límites del aula mejora la mirada sobre nosotros mismos. Es lo que nunca debemos perder, lo que cada gobierno debe proteger, la cualidad que debe sostener el sistema educativo, lo que sutilmente explica el sentimiento al oír ese coro platense, aquel aplauso interminable, la emoción de los pequeños y, en definitiva, la alegría de ser y de poder hacer, como dice la sonrisa de Carolina.

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