sábado, noviembre 01, 2014

Cuando la historia nos habla del futuro

(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 25/07/2014) -  Los eucaliptos de los predios del ferrocarril que unen el barrio Belgrano con el casco urbano no son producto de la casualidad sino consecuencia de una cuidadosa planificación. En el inicio de la conformación nacional, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, las ciudades se proyectaban alrededor de las estaciones de trenes porque eran el único vínculo con las grandes urbes. De no haberlo hecho de este modo, poblados como Madariaga habrían quedado incomunicados. Hasta avanzado el siglo el ferrocarril era insignia de crecimiento para la nación. Es lo que representan las vías, hoy simbólicamente. Una conexión con el futuro.

La madera era fundamental en ese esquema, tanto para la confección de postes como para el tallado de los durmientes que son parte del tejido vial. Es por eso que desde que el Estado nacional adquirió la empresa de los ferrocarriles, la preocupación de esos hombres los llevó a plantar los árboles como respuesta a esas necesidades de materia prima. Por eso se sembraron tan cerca, para evitar el ensanche y lograr que la planta crezca hacia arriba. Es el motivo por el que son altos y angostos, a diferencia de los silvestres que podemos ver en el campo o más cerca en el parque Anchorena.
Esos árboles, desde su imponente silencio, nos están contando eso. Nos explican cómo una generación pensó en el futuro, imaginó un progreso que, efectivamente, se produjo. Están ahí para mostrarnos unidad y crecimiento.
Es por eso que sería tan importante rescatar desde el Estado, siempre con el aval y acompañamiento de los dueños dado que se trata de propiedades privadas, algunas edificaciones que en sí mismas nos tratan de contar una historia que hoy no vemos por el deterioro o la postergación en la memoria social.
Ya que se ha decidido alquilar predios importantes a precios elevados, bien podrían construirse galpones más económicos para esos fines y optimizar esos gastos para solventar la necesidad histórico-cultural que se evidencia en el olvido que es una de las formas de la decadencia. En ese aspecto hay que resaltar el trabajo que el equipo interdisciplinar está haciendo con el nuevo Código de Preservación Patrimonial.
Un edificio que representó un centro de comunicación urbano fue el que por entonces se conoció como el “Bar de Castilla”. Ubicado en la calle Rivadavia, frente a la sede de la Dirección de Turismo, fue alguna vez, incluso, ofrecido para actividades culturales. Allí se congregaron varias generaciones de madariaguenses, muchos de los cuales se acercaban solo para ver llegar el tren. Ese lugar fue un refugio cultural, de encuentro, de debates y de formación de lazos comunitarios que hoy son parte del Madariaga actual.
Otro lugar importante, casi con el mismo sentido en el desarrollo de la vinculación popular, que actualmente está vacío, es el que durante mucho tiempo fue el cine Sarmiento. Una construcción que representa mucho más de los que sus paredes muestran. En un momento, las luces de la ciudad se congregaban allí. Su letrero luminoso y las carteleras que anunciaban películas conformaban el núcleo vital del centro de la ciudad. Muchas cosas ocurrieron en él, dado que por largo tiempo fue el único lugar donde se podían hacer reuniones importantes. Se tomaron decisiones que hasta hoy nos influyen. Allí se conformó el primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios, también se inició la Cooperativa Eléctrica (COEMa), y hoy pasamos por sus veredas ajenos a esa historia que en realidad es la voz de nuestros antepasados mostrándonos el camino. Porque si en la historia estuviera solo el pasado serviría de poco. En la historia está el futuro.
Solo son ejemplos, la realidad es que en conjunto con los dueños, que casi seguro no se opondrían dado que hoy no obtienen beneficios por esas propiedades, se debería planificar el uso, al menos de lugares cruciales que hoy podrían incrementar el potencial cultural del municipio. Allí se podrían generar espacios artísticos, jóvenes, o los que surgirán con la sola existencia de los espacios. Así se evitaría el problema de que la Casa de la Cultura se usa para todo (cine, cursos, etc.), por lo que comienza a resentirse, en cantidad de obras, la actividad teatral, que es un orgullo local.
Por eso, la próxima vez que crucemos por esos lugares tratemos de escucharlos, esas paredes desgastadas están tratando de decirnos algo. Cuando el viento sople sobre los eucaliptos, intentemos captar su verdadero mensaje, porque no son solo árboles, es una generación gritándole a otra, enseñándole. Hoy ya no es necesario, pero fueron plantados con el propósito de convertirse en vías, y las vías, siempre apuntan hacia el horizonte. Es lo que debemos ver, nuestro propio horizonte. La imaginación de percibir nuestras acciones en el camino de otros. Y que podamos cultivar lo mismo que ellos. Estamos equivocados si creemos que solo plantaron eucaliptos, ellos sembraron la esperanza de que algo suyo esté en el futuro. Es la huella que podemos dejar si reflotamos desde la historia esos lugares de encuentro, que están ahí, esperando nuestra unidad para convertirse en la alegría que necesitamos.

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