(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 04/04/2014) - Cuando le
preguntaron a Nelson Mandela si al salir de la cárcel sintió odio de sus
captores, él respondió: “Absolutamente sí, porque ellos me tuvieron preso por
tanto tiempo. Fui abusado, no vi a mis hijos crecer, perdí mi matrimonio y los
mejores años de mi vida. Estaba enojado y tenía miedo, porque no había estado
libre hacía mucho tiempo. Pero cuando estaba cerca del auto que me llevaría lejos,
descubrí que cuando cruzara la puerta, si yo seguía odiándolos, ellos todavía
me tendrían. Yo quería ser libre y entonces, lo deje ir”.
Había estado 27 años en prisión, condenado a trabajos forzados. Los
reflejos del sol sobre la cal dañaron sus ojos para siempre. Le llevó tres años
de lucha solo conseguir un par de anteojos. Estando en la cárcel murió su madre
y uno de sus hijos. No se le permitió asistir a los funerales. Tardó 21 años en
poder acariciar la mano de su esposa, siempre un vidrio se interponía.
Tenía
más razones que ningún ser humano para sentir odio. Sin embargo, contó,
refiriéndose a su carcelero: “A punto de salir de la cárcel, Badenhorst se
dirigió a mí directamente para desearme buena suerte a mí y a mi gente.
Badenhorst probablemente había sido el más cruel y salvaje comandante que
habíamos tenido en Roben Island. Pero ese día, en la oficina, comprendí que
existía otro aspecto de su naturaleza, un lado un tanto escondido de su
persona, pero que ahí estaba. Me ha servido siempre de recordatorio de que todo
ser humano, incluso los que parecen más odiosos, tiene una parte noble, y si se
mueve su corazón, es capaz de mostrar humanidad”.
La construcción de la paz requiere una sabiduría que Mandela poseía y
demostraba. En el mismo sentido, en 1855, un abogado de pueblo recién recibido
y lleno de deudas, recibió una oferta que no podía rechazar: participar de un
juicio de mucha repercusión nacional por el que cobraría la primera gran suma
de su vida. Lo que ese abogado, que era Abraham Lincoln, no sabía, era que su
participación solo había sido pensada para seducir al jurado por ser pueblerino.
El primer indicio que recibió de que solo se le pagaba por participar fue
enterarse que un reconocido abogado también había sido contratado: Edwin M. Stanton.
Al ver el aspecto de Lincoln, Stanton exclamó enojado: “¿Qué hace él aquí? ¡No
pienso asociarme con semejante simio torpe!” Lincoln no respondió a la ofensa y
bajó a la Sala donde no le permitieron ofrecer sus argumentaciones durante el
juicio. Se retiró pero inmediatamente regresó porque comprendió que le habían
pagado por prestar servicios. Entregó sus escritos a los abogados y allí
quedaron, sobre una mesa, hasta el otro día sin que nadie los hubiese tocado.
Sin embargo lo que Lincoln recordó del juicio no fue la manera en que fue
tratado sino la brillante argumentación de Stanton, que llevó al fallo favorable.
Años después cuando Lincoln fue elegido Presidente, Stanton fue uno de sus
más duros detractores. Pero él recordaba que tras el carácter agresivo existía
un brillante argumentador, así que lo nombró Ministro de Guerra y fue uno de
sus mayores hombres de confianza, el que consternado permaneció a su lado en la
agonía posterior al atentado y dijo las palabras que quedaron grabadas para
siempre en su pueblo: “¡Ahora pertenece a la inmortalidad! El primer tributo se
lo rendía el hombre que lo había agraviado profundamente.
Tiempo de paz
En la Argentina hay un ciclo que termina y como consecuencia algo nuevo
comienza, líderes como Mandela o Lincoln no se encuentran fácilmente pero sí
puede tomarse su ejemplo que perdura a las generaciones, porque es momento de
construir desde el concilio y tratando de evitar la profunda desunión que es
tal vez el mayor saldo negativo de los últimos años. Es hora de hallar
dirigentes que conduzcan al pueblo a dirimir sus divisiones. Debemos tener en
cuenta que la situación actual comparada a la que produjo la división los
africanos, que se encargó de suturar Mandela, o la guerra civil en la que
estaba inmerso el pueblo norteamericano durante la presidencia de Lincoln, es
minúscula. No puede haber pretextos al lado de tamañas dificultades.
Hacia el orden
institucional
La actual crisis del Concejo Deliberante de General Madariaga tiene una
connotación tan grave como la supuesta adulteración de un expediente (que debe
ser resuelta por los canales institucionales adecuados y la Justicia), y es el
grado de agresión verbal sin respeto por las instituciones ni el resguardo por
las investiduras, con ofensas y frases vulgares que desmerecen a la función
pública.
Cuando los dirigentes son los que alientan una verborragia beligerante,
en los militantes se enciende una mecha que lleva el conflicto a una hostilidad
en la que en definitiva, los que pelean, son vecinos contra vecinos, pueblo
contra pueblo, espoleados por las instigaciones de quienes están al frente.
Mandela también decía respecto de su carcelero: “Badenhorst no era el demonio;
su falta de bondad había sido alentada por un sistema inhumano”. Es en ese
orden en el que debemos exigir se mantengan los futuros dirigentes, porque está
claro que un ciclo está terminando y el nuevo debe ser producto del más profundo
humanismo para reconstruir los lazos ciudadanos, evitando la mirada hacia atrás
con rencor para poder mirar el futuro con esperanza.
Vale recordar una vez más las enseñanzas de Mandela que no deben quedar
solo en libros sino como experiencia legada para producir los cambios que son
necesarios. Él decía: “Siempre supe que en lo más profundo del corazón humano
hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por razón de
su piel, de su origen, de su formación o de su religión. La gente aprende a
odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden
aprender a perdonar y a amar”.
Es necesario que en los tiempos que vienen las palabras comiencen a
empuñar amor.
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