sábado, noviembre 01, 2014

Palabras que pueden empuñar amor

(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 04/04/2014) - Cuando le preguntaron a Nelson Mandela si al salir de la cárcel sintió odio de sus captores, él respondió: “Absolutamente sí, porque ellos me tuvieron preso por tanto tiempo. Fui abusado, no vi a mis hijos crecer, perdí mi matrimonio y los mejores años de mi vida. Estaba enojado y tenía miedo, porque no había estado libre hacía mucho tiempo. Pero cuando estaba cerca del auto que me llevaría lejos, descubrí que cuando cruzara la puerta, si yo seguía odiándolos, ellos todavía me tendrían. Yo quería ser libre y entonces, lo deje ir”.
Había estado 27 años en prisión, condenado a trabajos forzados. Los reflejos del sol sobre la cal dañaron sus ojos para siempre. Le llevó tres años de lucha solo conseguir un par de anteojos. Estando en la cárcel murió su madre y uno de sus hijos. No se le permitió asistir a los funerales. Tardó 21 años en poder acariciar la mano de su esposa, siempre un vidrio se interponía.
Tenía más razones que ningún ser humano para sentir odio. Sin embargo, contó, refiriéndose a su carcelero: “A punto de salir de la cárcel, Badenhorst se dirigió a mí directamente para desearme buena suerte a mí y a mi gente. Badenhorst probablemente había sido el más cruel y salvaje comandante que habíamos tenido en Roben Island. Pero ese día, en la oficina, comprendí que existía otro aspecto de su naturaleza, un lado un tanto escondido de su persona, pero que ahí estaba. Me ha servido siempre de recordatorio de que todo ser humano, incluso los que parecen más odiosos, tiene una parte noble, y si se mueve su corazón, es capaz de mostrar humanidad”.
La construcción de la paz requiere una sabiduría que Mandela poseía y demostraba. En el mismo sentido, en 1855, un abogado de pueblo recién recibido y lleno de deudas, recibió una oferta que no podía rechazar: participar de un juicio de mucha repercusión nacional por el que cobraría la primera gran suma de su vida. Lo que ese abogado, que era Abraham Lincoln, no sabía, era que su participación solo había sido pensada para seducir al jurado por ser pueblerino. El primer indicio que recibió de que solo se le pagaba por participar fue enterarse que un reconocido abogado también había sido contratado: Edwin M. Stanton. Al ver el aspecto de Lincoln, Stanton exclamó enojado: “¿Qué hace él aquí? ¡No pienso asociarme con semejante simio torpe!” Lincoln no respondió a la ofensa y bajó a la Sala donde no le permitieron ofrecer sus argumentaciones durante el juicio. Se retiró pero inmediatamente regresó porque comprendió que le habían pagado por prestar servicios. Entregó sus escritos a los abogados y allí quedaron, sobre una mesa, hasta el otro día sin que nadie los hubiese tocado.
Sin embargo lo que Lincoln recordó del juicio no fue la manera en que fue tratado sino la brillante argumentación de Stanton, que llevó al fallo favorable.
Años después cuando Lincoln fue elegido Presidente, Stanton fue uno de sus más duros detractores. Pero él recordaba que tras el carácter agresivo existía un brillante argumentador, así que lo nombró Ministro de Guerra y fue uno de sus mayores hombres de confianza, el que consternado permaneció a su lado en la agonía posterior al atentado y dijo las palabras que quedaron grabadas para siempre en su pueblo: “¡Ahora pertenece a la inmortalidad! El primer tributo se lo rendía el hombre que lo había agraviado profundamente.

Tiempo de paz

En la Argentina hay un ciclo que termina y como consecuencia algo nuevo comienza, líderes como Mandela o Lincoln no se encuentran fácilmente pero sí puede tomarse su ejemplo que perdura a las generaciones, porque es momento de construir desde el concilio y tratando de evitar la profunda desunión que es tal vez el mayor saldo negativo de los últimos años. Es hora de hallar dirigentes que conduzcan al pueblo a dirimir sus divisiones. Debemos tener en cuenta que la situación actual comparada a la que produjo la división los africanos, que se encargó de suturar Mandela, o la guerra civil en la que estaba inmerso el pueblo norteamericano durante la presidencia de Lincoln, es minúscula. No puede haber pretextos al lado de tamañas dificultades.

Hacia el orden institucional

La actual crisis del Concejo Deliberante de General Madariaga tiene una connotación tan grave como la supuesta adulteración de un expediente (que debe ser resuelta por los canales institucionales adecuados y la Justicia), y es el grado de agresión verbal sin respeto por las instituciones ni el resguardo por las investiduras, con ofensas y frases vulgares que desmerecen a la función pública.
Cuando los dirigentes son los que alientan una verborragia beligerante, en los militantes se enciende una mecha que lleva el conflicto a una hostilidad en la que en definitiva, los que pelean, son vecinos contra vecinos, pueblo contra pueblo, espoleados por las instigaciones de quienes están al frente. Mandela también decía respecto de su carcelero: “Badenhorst no era el demonio; su falta de bondad había sido alentada por un sistema inhumano”. Es en ese orden en el que debemos exigir se mantengan los futuros dirigentes, porque está claro que un ciclo está terminando y el nuevo debe ser producto del más profundo humanismo para reconstruir los lazos ciudadanos, evitando la mirada hacia atrás con rencor para poder mirar el futuro con esperanza.
Vale recordar una vez más las enseñanzas de Mandela que no deben quedar solo en libros sino como experiencia legada para producir los cambios que son necesarios. Él decía: “Siempre supe que en lo más profundo del corazón humano hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por razón de su piel, de su origen, de su formación o de su religión. La gente aprende a odiar, y si los hombres y mujeres pueden aprender a odiar, también pueden aprender a perdonar y a amar”.
Es necesario que en los tiempos que vienen las palabras comiencen a empuñar amor.

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