sábado, noviembre 01, 2014

Entender al otro

(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 18/07/2014) -  El edificio Flatiron de Nueva York, es una de las edificaciones más singulares del mundo. Está ubicado en la confluencia de la Quinta Avenida con Broadway, en el parque de la plaza Madison, de Manhattan  y le debe su fama a la forma triangular de su base, que permite, al mirarlo desde determinada perspectiva, que se vea como un simple muro con ventanas mediante un curioso efecto óptico.
No es el único caso de edificios triangulares y en todos ellos sucede lo mismo, para dos observadores que estuvieran parados a poca distancia entre sí, observándolo desde el vértice, la vista sería completamente distinta. Ambos verían una cara diferente de la edificación y así, por ejemplo, si el estilo o el color o la arquitectura fueran diferentes, podrían discutir toda la vida sobre ello sin encontrar un elemento común para ponerse de acuerdo.
La única manera de que la discusión terminara sería dar unos pasos e intercambiar lugares. Ponerse en el lugar del otro.
Y si bien es una mera especulación fruto de una curiosa intención arquitectónica para aprovechar los espacios, el ejemplo nos sirve para entendernos a nosotros mismos y analizar aquello que como sociedad debemos cambiar y entender cómo muchas veces espoleados por una dirigencia con voluntad divisoria, las miradas de la sociedad están empañadas por curiosas ilusiones, ya no ópticas sino de la razón.
¿Cuántas discusiones terminarían si solo se pudiera extender la mirada a la otra cara del edificio?
Pero podemos ampliar el ejemplo un poco más. Imaginemos que una de esas dos personas tiene un problema ocular que le hace ver distinto. Aunque se pusiera en lugar del otro, sus miradas continuarían siendo desiguales. En este caso, además de colocarse en el lugar de la otra persona, haría falta que perciba su propia disfunción. Es decir, comprenderse a sí mismo.
Esto último es lo más difícil, pero es sumamente necesario a la hora de imaginar una sociedad que sea fruto de la unión ciudadana. Sin esa inicial comprensión sobre las fallas de cada uno es imposible imaginar un grado de entropía que dé paso a una organización social distinta y que sea una evolución de la actual. Nuestras fallas no están para condenarnos sino para marcarnos el camino que debemos recorrer si queremos mejorar.
Las nuevas visiones políticas tienen que aprovechar el actual rechazo de la sociedad a un grado de fragmentación negativo para la evolución democrática, e impulsar caminos de crecimiento individual en los ciudadanos, algo que tendría una inmediata consecuencia en lo colectivo.
En ese aspecto el sistema educativo ocupa un rol central porque es desde allí donde la persona comienza a formarse no solo en lo individual sino en la relación con el grupo. No hay manera de planificar esa evolución sin un sistema de educación que tome en cuenta al individuo y produzca en él una transformación que lo ayude a comprenderse a sí mismo para comprender al otro.
La unión entre la correcta elección de las prioridades políticas en beneficio de la inclusión educativa, una acertada relación de la escuela con las familias, e innovadores planes de estudios que tengan en cuenta la vertiente de conocimientos que late en la nube informática, es crucial para producir los cambios que desde el presente afectan al futuro.
Es mucho más fácil fomentar las divisiones pero ya es hora, y esto es un pedido generalizado, de que se haga prevalecer la unión y el crecimiento. De que la sociedad, efectivamente, sea socia para llevar adelante un proyecto que conciba el porvenir de una manera tan promisoria como lo permita la imaginación de aquellos visionarios que tengan el privilegio de estar en la función administrativa del Estado.
Es necesario aprender a ver las falencias individuales para luego dar ese paso sin el cual ninguna mejora es posible, un paso que coloque a cada uno en el lugar del otro y amplíe la perspectiva para que la realidad se reinterprete de modo tal que incluya a ese otro. Sería una manera de visionar lo estéril de algunas discusiones y de iniciar un camino de unidad, sin el cual ninguna mejora es posible, y donde esas ilusiones de la razón sean reemplazadas por una intención de cooperación mutua que expanda el potencial social a un prometedor camino de desarrollo conjunto.

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