(Cristian Olivera | Para diario Tribuna | 18/07/2014) - El edificio Flatiron de Nueva York, es una de
las edificaciones más singulares del mundo. Está ubicado en la confluencia de
la Quinta Avenida con Broadway, en el parque de la plaza Madison, de Manhattan y le debe su fama a la forma triangular de su
base, que permite, al mirarlo desde determinada perspectiva, que se vea como un
simple muro con ventanas mediante un curioso efecto óptico.
No es el único caso de edificios triangulares y en todos ellos sucede lo
mismo, para dos observadores que estuvieran parados a poca distancia entre sí,
observándolo desde el vértice, la vista sería completamente distinta. Ambos verían
una cara diferente de la edificación y así, por ejemplo, si el estilo o el
color o la arquitectura fueran diferentes, podrían discutir toda la vida sobre
ello sin encontrar un elemento común para ponerse de acuerdo.
La única manera de que la discusión terminara sería dar unos pasos e
intercambiar lugares. Ponerse en el lugar del otro.
Y si bien es una mera especulación fruto de una curiosa intención
arquitectónica para aprovechar los espacios, el ejemplo nos sirve para
entendernos a nosotros mismos y analizar aquello que como sociedad debemos
cambiar y entender cómo muchas veces espoleados por una dirigencia con voluntad
divisoria, las miradas de la sociedad están empañadas por curiosas ilusiones,
ya no ópticas sino de la razón.
¿Cuántas discusiones terminarían si solo se pudiera extender la mirada a
la otra cara del edificio?
Pero podemos ampliar el ejemplo un poco más. Imaginemos que una de esas
dos personas tiene un problema ocular que le hace ver distinto. Aunque se
pusiera en lugar del otro, sus miradas continuarían siendo desiguales. En este
caso, además de colocarse en el lugar de la otra persona, haría falta que perciba
su propia disfunción. Es decir, comprenderse a sí mismo.
Esto último es lo más difícil, pero es sumamente necesario a la hora de
imaginar una sociedad que sea fruto de la unión ciudadana. Sin esa inicial comprensión
sobre las fallas de cada uno es imposible imaginar un grado de entropía que dé
paso a una organización social distinta y que sea una evolución de la actual. Nuestras
fallas no están para condenarnos sino para marcarnos el camino que debemos
recorrer si queremos mejorar.
Las nuevas visiones políticas tienen que aprovechar el actual rechazo de
la sociedad a un grado de fragmentación negativo para la evolución democrática,
e impulsar caminos de crecimiento individual en los ciudadanos, algo que
tendría una inmediata consecuencia en lo colectivo.
En ese aspecto el sistema educativo ocupa un rol central porque es desde
allí donde la persona comienza a formarse no solo en lo individual sino en la
relación con el grupo. No hay manera de planificar esa evolución sin un sistema
de educación que tome en cuenta al individuo y produzca en él una
transformación que lo ayude a comprenderse a sí mismo para comprender al otro.
La unión entre la correcta elección de las prioridades políticas en
beneficio de la inclusión educativa, una acertada relación de la escuela con
las familias, e innovadores planes de estudios que tengan en cuenta la
vertiente de conocimientos que late en la nube informática, es crucial para
producir los cambios que desde el presente afectan al futuro.
Es mucho más fácil fomentar las divisiones pero ya es hora, y esto es un
pedido generalizado, de que se haga prevalecer la unión y el crecimiento. De
que la sociedad, efectivamente, sea socia para llevar adelante un proyecto que conciba
el porvenir de una manera tan promisoria como lo permita la imaginación de
aquellos visionarios que tengan el privilegio de estar en la función administrativa
del Estado.
Es necesario aprender a ver las falencias individuales para luego dar ese
paso sin el cual ninguna mejora es posible, un paso que coloque a cada uno en
el lugar del otro y amplíe la perspectiva para que la realidad se reinterprete
de modo tal que incluya a ese otro. Sería una manera de visionar lo estéril de
algunas discusiones y de iniciar un camino de unidad, sin el cual ninguna
mejora es posible, y donde esas ilusiones de la razón sean reemplazadas por una
intención de cooperación mutua que expanda el potencial social a un prometedor
camino de desarrollo conjunto.
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